martes, 28 de julio de 2009

De las convenciones temporales cinematográficas al pragmatismo de la transmisión al Otro.

Partamos del principio: toda historia es un absoluto inabarcable. Es imposible relatar una historia de manera omnisciente. No existe objetividad alguna en el cosmos de la historia. Las historias, entonces, manejan un tiempo cósmico y una pluralidad de perspectivas; una significación inabarcable. La temporalidad, por razonamiento argumental y dramático, se convierte en una unidad narrativa, lingüística y de sentido.

La clave de la historia (por lo menos de las mías): Fragmentación; contención de un instante. Contener un instante, de una historia, es darle una unidad de sentido con el que se reinventa el lenguaje; darle fin al infinito.

Narrar es apropiarse de una historia: ordenar el cosmos.

De esta manera, es viable pensar en una organización semántica, en sí y para sí, del relato. –Ritmo y Sintaxis son los términos que mejor abarcan las características de la organización semántica cinematográfica.- De ahí, que dar una operación de sentido a la historia; pasar de la historia al relato, sea la primordial herramienta de la búsqueda de un metaobjetivo. El cine, en su forma narrativa, nos permite dar un cambio en el sentido de la racionalidad.

El relato cinematográfico se contiene en una serie de fracciones simbólicas que, en Coppola, Scorsese y Tarkovski, representan un simulacro de la realidad misma. Dos realidades.
Un cosmos, un tiempo para ese cosmos, un sentido lingüístico: Creación de (I) Realidad. Y, claro, un Bonus: Expresión discursiva y estética.